Si supieras que te invento cada noche
despojándote del vestido de pudor,
desgarrándolo con tus lujuriosos dedos
y vistiéndote solo con cálido el viento.
Te imagino entre la oscuridad desnuda,
acariciándote, elevándote al cielo con
tus caricias provocadas por las fantasías
que impulsan a deshojar tu piel vestida de nada.
¡Sí supieras que te imagino, que te invento!
Que te imagino musitando incoherencias
lascivas a tu piel, a mis caricias imaginarias,
mientras el intruso brillo de Saturno se
encaja en la penumbra y delata tu relieves.
Te dibujo retorcida, perdida, gimiendo,
mordiéndote los labios con los dientes,
mordiéndote los dedos con los labios,
inmersa el en ritual a punto de llegar.
Silencio apacible, que calma, que inquieta. Silencio que me incita a escribir y a divagar mientras escribo. Ya no habrá más cartas ígneas, ni folios para el desamor.
Solo cultos a la serenidad.
Silencio que me da calma, mi silencio que te inquieta.
La noche se empieza a fabricar a plena luz del día, a veces la fabricamos desde que emerge el alba, a todas horas, no hay un momento exacto, solo se necesita un motivo y los motivos nos sobran.
Deslizo mi dedo inquieto por esa fisura, por donde apenas cabe el índice que somete a tu piel, se desliza en un sentido acariciando la diminuta vellosidad de tu espalda baja, a su paso voy rozando tu tanga, sintiendo tu piel, la blusa, el jeans, te estremeces volteas y me regalas una mirada de fuego acompañada de una picara sonrisa, como diciéndome que tengo via libre, retuerzo mi sonrisa, luego humedezco mi dedo y lo llevo de nuevo a esa abertura deslizándolo más lento, pausado, esta vez en sentido contrario, mojando tu piel, los endebles vellos, sintiéndolo todo a su paso, mojándolo todo, sellando nuestro pacto de jauría que se dara en unas cuantas horas.
Lo que enfundan tus blue jeans tan solo son un motivo para empezar a fabricar la noche.
El viento todo se lleva a su paso, pero no todo me lo devuelve, me lo roba para hundirme más. Los ecos dejan de resonar, el perverso viento los enmudece, los hurta para que no susurren jamás. El aroma de tu piel se ha disipado con el vaivén del escurridizo tiempo. Aunque el viento se haya bebido todo el buqué de tu cuerpo y
embriague con caricias mis manos, tu historia siguirá entre mis dedos.